Los lunes a las 5 de la tarde
Eloísa trabajaba en la peluquería. Le encantaban los peinados, perro no cortaba el pelo; más bien era la chica que daba los turnos, la que abría la puerta, la que convidaba café a los clientes, la que barría cuando hacía falta ayuda.
Mariano trabajaba en el banco de la esquina. La sucursal había abierto hacía poquitos meses. Le encantaba atender a la gente, asesorar a los que necesitaban ayuda, acercarse cuando podía a los cajeros o dar una mano en la mesa de entradas.
Eloísa era una chica risueña que amaba la música caribeña, de esa alegre, esa que te provoca mover el cuerpo aunque no sepas cómo. Soñaba con ser chef algún día así que siempre preguntaba por recetas a los clientes que sacaban el tema o les convidaba con alguna cosita dulce preparada por sus propias manos. Los alfajorcitos de maicena eran los favoritos de sus compañeras.
Mariano era un muchacho tímido y sonriente. Tocaba el piano desde chico pero nunca le había entusiasmado demasiado hacerlo en público. Le daba vergüenza. Era dueño de una belleza absoluta pero no lo sabía. Amaba la playa y soñaba con algún día poder irse a vivir a algún lugar donde los pájaros volaran libres y las mariposas no estuvieran escondidas.
Los lunes a las 5 de la tarde, religiosamente, Mariano pasaba por la peluquería a recortarse las puntas y emparejarse la barba. Sí, las chicas hacían el viejo trabajo de barbería que otrora hicieran los hombres exclusivamente. Eloísa lo consideraba su momento favorito de toda la semana. Lo había visto a Mariano desfilar por la puerta de la peluquería varias veces hasta aquella primera vez en que él se animó a entrar y a ella le temblaron las piernas y no supo qué decir. Y no lo dijo. No dijo nada. Atinó apenas a indicarle a Mariano que tomara asiento y a los minutos le volcó torpemente algo de café tibio en su pantalón. Es que él era tan hermoso que ella estaba fascinada, muda con la situación. Le parecía un modelo de publicidad de perfume. Las compañeras no decían nada. Eran mayores, estaban casadas y algo agotadas de la vida para decir la verdad, no sé cuánto esmero habrán puesto en observar esa figura masculina que había venido a interrumpir la vida de, al menos, una de ellas.
Ella no había tenido novio formal y de alguna manera veía al amor con un idilio novelesco que él no se encargaba de desmitificar cada lunes en el que ella le abría la puerta y le sonreía con la cara arrugada de felicidad y él le entregaba un pequeño ramito de fresias que compraba en el puestito de flores de enfrente del banco.
Charlaban de películas viejas y a estrenar, ambos amaban el cine. Compartían títulos de libros o reseñas que habían leído en el diario y lo que más disfrutaban era el momento posterior al corte donde él le aceptaba la tacita de café y ella gustosa le convidaba la especialidad dulce que había traído para compartir.
Al principio fueron los alfajorcitos de maicena pero luego Eloísa empezó a probar nuevas recetas basada en las preferencias de este hombre que siempre, de alguna manera, le hacía conocer sus dulces favoritos. Cada lunes traía algo nuevo para que él probara mientras charlaban de la vida y de sus cosas. Él se iba de la peluquería siempre con un paquetito de “algo rico” de regalo para disfrutar en casa.
Mariano adoraba su rutina de los lunes por la tarde. Siempre prolijo, arreglado y sonriente, ir a la peluquería era la excusa perfecta para verla a ella, para disfrutar de algo dulce, para escucharla, para sentirse mimado en cada nuevo postre que ella le traía. Cuando salía de allí, se sentaba en el auto y no aguantaba la curiosidad, siempre abría la sorpresa de Eloísa para saber qué le había preparado. Cada bocado de sus postres era un deleite para sus sentidos.
Eloísa aguardaba a que fuera jueves para ir a visitarlo al banco. Había sacado una cuenta en esa sucursal sólo para tener una excusa más para verlo, más no fuera un ratito. Esperar de lunes a lunes ya se le hacía muy largo. Así que un día consultaba por la tarjeta de débito, otro jueves por la de crédito, otro jueves por una extensión, a la semana siguiente tenía consultas sobre un plazo fijo y así iba estirando las posibilidades de compartir junto a Mariano un ámbito diferente que no fuera la peluquería.
A Mariano le encantaban los jueves, esperaba desde temprano el momento en que ella entrara a la sucursal y sacara su número para esperar ser atendida en su escritorio. Él ya sabía que eran excusas, pero era un ratito donde nada más importaba. Ella estaría ahí y él podría tocarle la mano sigilosamente, mientras le sonriera con los ojos brillosos. Ella le compartía sus cosas y juntos charlaban casi de cualquier tema con tal de verse un ratito.
Y claro, un día intercambiaron teléfonos, por si el otro necesitaba algo, nada más. Y así empezaron los mensajes de texto, las preguntas algo más personales, “¿cómo estás?, ¿cómo fue tu día?, ¿te gustó el cheese cake? ¿estaban ricos los scons?” y la intimidad de una relación que sólo ellos compartían y conocían. El mundo exterior no era testigo del límite que ellos sentían que rompían cada vez que pensaban en el otro.
Pero había algo que faltaba. Eloísa sentía que el próximo paso luego de meses de idas y vueltas entre mensajes, ramitos de flores e intercambio de placeres gustativos sería una salida juntos, mínimo. Pero no llegaba la invitación y ella bajo ningún concepto se atrevería a averiguar el por qué. Sus compañeras la alentaban, creían que quizás la timidez de Mariano fuera el obstáculo principal del por qué ellos aún no “salían” juntos.
Basta. Hasta acá. Pido disculpas. Ante todo, hola. Perdón que interrumpa pero estaba escuchando el relato y la verdad es que no quiero que una bloguera escritora medio pelo cuente mi historia. Porque es mi historia. Yo soy Eloísa, y soy la protagonista de esta historia.
Era un lunes soleado, hermoso, de esos que te dan ganas de vivir. En el aire ya se sentía que la primavera estaba cerca. Había pajaritos y eso me ponía feliz. Así de simple. Esperaba la visita de Mariano como todos los lunes. Aquella vez había preparado una pastafrola bañada en chocolate, primera vez que la hacía, recomendación de él. Habíamos estado hablando sobre innovar en las recetas clásicas y se nos ocurrió lo del chocolate. La verdad es que hacía rato que venía esperando su invitación a tomar algo, a cenar, al cine. Estaba decidida aquel lunes a invitarlo yo, basta, a tomar el toro por las astas. Tan ilusionada me sentía, me moría de los nervios por dentro pero como en una romántica comedia musical donde todos bailan y cantan, esa mañana sentía que el mundo era un lugar hermoso donde habitar y que mejor que habitarlo tomada de su mano.
Bello como siempre, de punta en blanco entró Mariano a la peluquería como todos los lunes a las 5 de la tarde y yo lo esperaba ansiosa. Pero había algo distinto en su rostro, lo noté al instante, estaba serio. Nos miramos, tomó asiento y lo atendieron mientras yo preparaba el café que compartiríamos luego junto a la pastafrola. No había traído las fresias ese día y estaba extremadamente callado. Supuse que había sucedido algo en el banco y que luego lo charlaríamos en privado. ¡Qué equivocada estaba!
Me aceptó el café, no quiso probar mi postre pero dejó que le alcanzara un paquetito con pastafrola envuelta para que comiera en su casa. Se levantó para irse y una de las chicas lo despidió con un “nos vemos el lunes que viene”, a lo que él respondió sin siquiera mirarme un segundo a la cara: “no vendré los siguientes dos lunes, me caso el fin de semana y nos vamos de luna de miel”.
Aguante la respiración como pude, las lágrimas, el cuerpo inmute ante la información recibida. Sentí que me moría, que me habían clavado un cuchillo en medio del estómago y no lograba sacármelo. El aire me faltaba como si me hubieran puesto una bolsa de nylon por encima de mi cabeza y un nudo inamovible me impidiera quitármela.
No fui a trabajar a la peluquería durante toda la semana. Me ausenté del mundo, me hice bolita, me escondí bajo las sábanas y cantidades exorbitantes de helado y chocolates. Las chicas se encargaban de ir averiguando información que explicara tamaña traición mientras yo perdía cada vez más la esperanza en la vida y el amor. ¿Cómo no me había dicho nada? ¿Cómo pudo no nombrarla siquiera una vez en todo este tiempo de encuentros y caritas y mensajitos y…? Yo ya no entendía nada. Mi comedia musical romántica se estaba convirtiendo en un policial negro. Pasaba del dolor a la bronca y de la bronca al desconcierto y del desconcierto al dolor otra vez, era un círculo que giraba y me mareaba. Estaba perdida.
Ay, perdón. Basta, hasta acá, ya no puedo seguir contándoles mi historia. Te dejo a vos bloguera, hacé lo que puedas, lo que quieras, no sé. Te dejo el relato.
Resulta que Mariano estaba comprometido hacía mucho tiempo y parece que la novia trabajaba en otra sucursal del mismo banco y había estado afuera por una beca pero volvía para casarse. Eloísa no quiso volver a escuchar su nombre en la peluquería y les pidió a sus compañeras que no lo nombraran jamás. Tardó mucho en recuperarse de aquel inmenso golpe al corazón. Decidió que al dolor lo combatiría con crecimiento y fuerza personal. Sin dejar de trabajar en la peluquería, se puso a estudiar y se convirtió en chef, innovando siempre con lo dulce. ¡Al recibirse decidió que lo primero que haría sería un increíble cambio de look de la mano de sus amigas! Volvió poco a poco a sonreír, a disfrutar del sol, la música alegre y las buenas compañías. Siguió cocinando cosas ricas que convidaba a los clientes, quienes le hacían cada vez más encargos. Hasta que un día, tras sonar la campanilla de la puerta del negocio, entró él, Mariano. Traía en sus manos un ramito de fresias que tímido y sonriente le acercó a Eloísa.
Ay, nena que tontas somos las mujeres,!!! Me gustó, quisiera saber masTe amo
ResponderBorrarYo te amo a vos! Gracias por leerme.
BorrarQué romántico relato! Me gustó!
ResponderBorrarGracias! Abrazos.
BorrarHermoso ! Quiero saber mas también ! Escribisi hermoso
ResponderBorrarMuchas gracias por tu comentario! Seguirá esta historia?
Borrar