Un pequeño gigante
Antonio había padecido desde pequeño el ser testigo de la lucha familiar
diaria frente al abusador, bebedor y manipulador de su hermano. A sus ojos de
pequeño, un ser detestable que no le prestaba atención y que bajo ningún
concepto quería jugar con él. A los ojos de la madre, un pobre joven que luchaba
por salir del estado de tristeza y soledad que lo llevaba a emborracharse más
que otros a su edad. Según las palabras salidas de la boca del padre, un bueno
para nada.
Su hermano era tres años mayor que Antonio. Claro, de grande es una
diferencia que poco resalta, pero a la edad de diez años, es una gran
diferencia. Esteban ya salía con amigos cuando Antonio aún tomaba de la mano a
su mamá para cruzarse hasta la plaza. Esteban fumaba y tomaba cerveza y Antonio
lo sabía porque lo había visto mientras él daba vueltas y vueltas a la manzana
con su bicicleta. La mamá lo esperaba sentada en el umbral de su casita de
Villa Crespo y lo saludaba sonriente cada vez que pasaba por la puerta, por eso
no llegaba a ver a Antonio y sus amiguetes a tan solo una cuadra de allí. Ellos
se juntaban en el pasaje La Matanza donde se prendían unos puchos y tomaban
unas Quilmes del pico, medio calientes, que les vendía el kiosquero de la
avenida al que todos llamaban Cachito.
Antonio era un niño dulce que amaba la lectura, los cuentos de ciencia
ficción, los cómics, las historias de súper héroes y todo lo que tuviera tan
poco de realidad. Sentía que cada hoja leída lo llevaba a un mundo extraño y
distante del que él soñaba ser parte algún día. Un mundo no sólo de grandes
historias e increíbles personajes sino un mundo donde el amor, el afecto, los
abrazos, las salidas familiares, y la hermandad fueran algo verdadero e
importante.
Cuando llegó Antonio a la adolescencia, las pequeñas grandes borracheras
de Esteban se fueron convirtiendo en algo usual que se repetía casi siempre a
su vuelta del colegio industrial al que con desgano asistía. Por las mañanas costaba
mucho levantarlo para ir a clases. Con la excusa de los talleres a contra
turno, se aparecía cada vez menos a almorzar en familia, ya que solía quedarse durante
horas al finalizar bebiendo unas birras en dudosa compañía.
Antonio se incomodaba mucho con la presencia de su hermano, así que
secretamente anhelaba estar a solas en la casa con su madre como casi todos los
días. Ella era un ama de casa dulce y compasiva que lo escuchaba con atención,
aunque era de emitir pocas palabras. Lo miraba con ojos de tristeza y algo de
lástima, pero él sentía por momentos que nada más existía en el universo y que
esos eran momentos felices. Su padre se les unía al caer el sol luego de un
largo viaje desde la fábrica de repuestos en donde trabajaba hacía muchísimos
años. No era un buen puesto, según él, y para peor, no tenía un buen sueldo,
pero debido a la confianza y la antigüedad, se sentía allí cómodo y seguro. Era
un hombre de pocas aspiraciones y a su edad estaba convencido de que nada nuevo
le podría llegar a ocurrir, y mucho menos, cambiar de trabajo.
Al llegar al hogar, con algo de desgano escucharía lo poco que su mujer
pudiera contarle del día y las cuestiones escolares de su hijo Antonio
realmente no le interesaban. A Esteban lo veía como un caso perdido así que
difícilmente le sacaba conversación. Ya le había propuesto varias veces que
trabajara junto a él en la fábrica de repuestos, que había hablado con el jefe
y le conseguirían algún puestito, pero no. Esteban no quería trabajar. Con la
excusa de tener que terminar sus estudios, no hacía nada más. Antonio era testigo
de esta especie de musicalidad que se repetía día a día y muchas veces sentía
simplemente que le faltaba el aire. Literalmente, se ahogaba, no podía respirar
viendo como su madre sufría, su padre ignoraba y su hermano comenzaba a estar
cada vez peor y se desquitaba con él. Sí, Esteban en secreto y cuando sus
padres no lo veían solía molestar a su hermano menor con alguna golpiza, algún
comentario burdo o lo colmaba de insultos en voz baja lo cual a Antonio lo
ponía más nervioso, ya que nadie se daba cuenta.
¿Nadie se daba cuenta? ¿O hacían oídos sordos y ojos ciegos a esta
realidad diaria de estos dos hijos tan distintos? ¿Realmente los padres no
veían nada? Antonio creció con esta duda que lo llevó a encerrarse cada vez más
en sus libros, en sus historias de fantasía donde la vida era otra cosa. En
cuanto podía sacaba libros de la biblioteca y se iba al parque a leerlos. Al
crecer, ya sin la necesidad de esa mano que lo tomara de la mano al cruzar la
calle, cierta independencia se hacía presente y le traía algo de alivio. Cuanto
menos pudiera estar dentro de su casa mejor. Le encantaban los juegos
electrónicos también y hacía poquito habían abierto un ciber a unas cuadras
donde empezó a concurrir no sin algo de vergüenza. ¿Qué era eso de entrar a un
lugar lleno de computadoras y simplemente pedir una, sentarse y jugar por
horas? Era una locura fantástica que lo hacía viajar tanto como sus libros.
Las internaciones de su hermano se hicieron más frecuentes, entraba y
salía de esos lugares para recuperación de adictos, como se entra y se sale del
supermercado. A él le dolía, pero más le dolían los golpes que Esteban ya no
disimulaba en darle cada vez que se lo cruzaba algo ebrio por algún rincón de
la casa. Los llantos de la madre acompañaban cada momento de crisis absoluta y
los almuerzos juntos ya habían desaparecido tiempo atrás. Con tanta angustia,
¿quién tendría ganas de cocinar? El padre había conseguido una jubilación
temprana por un problema de salud que nunca supo bien Antonio si era real o
alguna tramoya creada por alguna mente mediocre y, quizás, secuaces. Nunca lo
preguntó. No lo iba a preguntar. Tampoco iba a quedarse allí por siempre. Las
esperanzas de mudarse se hicieron gigantes cuando consiguió trabajo como
secretario en un instituto de inglés que sólo abría por las tardes noches,
cuando él ya estaba libre luego de cursar en la universidad.
El objeto favorito de Antonio en el mundo era un cuaderno a modo de
diario íntimo, un librito de tapa dorada que llevaba a todas partes desde que
era pequeño. Allí volcaba imágenes que se le iban ocurriendo o escribía frases
que sacaba de las historias que devoraba con alegría. Dibujaba todo lo que
podía y soñaba con editar un libro algún día donde la fantasía le ganara a la
realidad, donde un niño pudiera ser el protagonista de un universo de felicidad
basado en el amor entre unos y otros. Un cuento lleno de personajes con poderes
mágicos y lazos inquebrantables, con amistades que durasen para siempre. Antonio
anhelaba poder dejar, algún día, un legado propio lleno de ilusión. ¿Lo
lograría?
Sin duda lo logrará... De alguna u otra manera, los pequeños gigantes siempre encuentran pequeños espacios en los cuales proteger sus enormes corazones rotos, rearmarse y continuar.
ResponderBorrarClaro que sí. Gracias por leerme. Abrazos.
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