Mi cumple número diez
Mis cumpleaños eran de los festejos más esperados por mí. No es que hiciéramos una gran fiesta pero siempre era una celebración. Vivíamos el final de los años ochenta, éramos de una clase media trabajadora y mi mamá preparaba todo a pulmón. No había salones ni nada pomposo, la cita era en nuestro pequeño departamento de dos ambientes de la Av. Gaona al 3000, en un séptimo piso del barrio de Flores, en el departamento “D” de dedo, como aclaraba mi mamá cada vez que íbamos al médico.
Siempre amé sentirme protagonista, la artista nacía en mí, quería la atención de todos, ser la estrella de la ocasión. Y mi cumpleaños siempre era una gran oportunidad para eso.
Repartía en el aula del colegio las tarjetas de invitación para el evento. No a todos. No se podía, me hubiera encantado, pero no. Supongo que no daba el espacio, el presupuesto, en fin. Unos días antes, elegíamos junto a mi mamá a quién invitaríamos a mi cumpleaños y allí juntas preparábamos las tarjetitas. El que tenía linda letra era mi papá, así que en general le pedíamos a él que escribiera los nombres y pusiera el mío a modo de firma. Previo permiso de la seño, yo las entregaba en el aula, caminaba entre las mesas y sólo se las daba a los elegidos; eso me hacía sentir muy importante. La verdad es que un poco de culpa también me daba, no todos recibían mis invitaciones pero sí quienes eran realmente especiales para mí.
Ese cumpleaños sería el último que celebraría en el barrio que me había visto nacer. Sería el último festejo en ese departamento que me había hecho feliz. Esa pequeña fiesta sería la última con mis compas del cole a quienes amaba. Sí, amaba. Siempre tuve sentimientos muy profundos y dramáticos desde muy chica.
Y a quien amaba por sobre todas las cosas era a Alejandro. Uff, Alejandro era rubio, tenía ojos claros y una voz tan dulce que me derretía. Por supuesto, no era a la única a quien le producía esto. Yo tenía competencia en mi conquista y no alcanzaba con las cartas de amor que le escribía (aunque las “decorara” con unas gotitas de perfume que rociaba en el papel de carta y en el sobre).
Alejandro estaba invitado a mi cumpleaños de diez. ¡Qué emoción! ¡Qué expectativa!!!
No recuerdo qué llevaba puesto ese día, debería revisar viejas fotos para asegurarme. Me encantan los vestidos pero en esa época no era una nena muy de vestidos, era más bien de las que usaban pantalones, colitas de pelo y jugaban a la par de los varones. Nunca actuaba de dama antigua en los actos escolares sino más bien me ganaba los papeles de soldados, coyas bailarinas o gente del pueblo. Era de las chicas que se colgaban de los árboles, que jugaban a la mancha, que andaban en bicicleta o se montaban en patines por la vereda. Siempre con algún raspón, media despeinada o con alguna prenda sucia. No me importaba, así era feliz. Pero no estaba segura de si así le iba a gustar a Alejandro. Había otras chicas muy lindas invitadas. Quizás pretendía demasiado al esperar que él me diera bolilla. Estaba tan ilusionada con la idea de que aunque sea viniera a mi casa que no pensaba mucho en nada más.
Globos en las paredes, enganchados en los clavitos que sostenían esos platos de decoración que se usaban antes (¡qué espanto!), guirnaldas arriba del modular del comedor, cartel de bienvenida en la puerta del departamento y manteles guardados sólo para ocasiones especiales puestos sobre la mesa. Vasitos dados vuelta de a montoncitos de 4 o 5, jarras de jugo (casi no consumíamos gaseosas), platitos de papitas, chizitos, palitos. Mis papás luego pondrían sobre la mesa las tarteletitas rellenas con atún decoradas con huevo duro, quizás salchichitas y habanitos de chocolate para completar el menú. Varias décadas después podría asegurarles que no hay cumpleaños para mí sin una torta hecha por mi mamá, pero en este momento no puedo recordar sus tortas en mi infancia, quizás porque a esa edad no me interesaban demasiado. Hoy no concibo celebrar mi natalicio sin esa delicia familiar hecha con tanto amor.
Pero volvamos a Alejandro. Ansiaba su presencia y en cuanto iban llegando mis amigas y amigos, la expectativa era aún mayor. Charlábamos, nos reíamos, jugábamos a juegos (no recuerdo cuáles) y sé que había música. Hoy me pregunto de dónde saldría. Sólo teníamos un pasa cassette pequeño, y tres o cuatro cassettes en casa, nada más. Mis viejos eran más de la radio, AM o FM, siempre estaba prendida por ahí. Y los cassettes que recuerdo no musicalizan hoy la imagen de este cumpleaños especial. Fue como si todo se hubiera puesto de acuerdo para celebrarme, para hacerme feliz, para inundarme de gozo femenino infantil.
Alejandro se presentó en mi fiesta sencillo y sonriente, como sólo él podía ser. Natural, pienso hoy. Yo estaba fascinada, deslumbrada. Tenía lo que deseaba dentro de las paredes de ese dos ambientes que sólo supo darme alegrías en mi infancia. Él se prendió en todas las propuestas.
Sé que nos reímos, sé que nos divertimos y tengo esta imagen impregnada en mis ojos y en mi corazón que me roba una sonrisa inmensa mientras escribo estas palabras. Imagen que genera la expansión de mi relato previo a ese momento.
Una foto lo constata, una cámara fue testigo. ¿Quién presionó el obturador para congelar en el tiempo la inmensa felicidad del cumplimiento del deseo de aquella niña de diez años?
Alguien puso música lenta. Alguno de los “grandes” apagó alguna luz y sé que viví ese instante previo con tanto nerviosismo como el que se vive cuando no sabés si alguien te va a sacar a bailar. Es más, cuando sólo querés que ese ser especial te saque a vos a bailar. Qué tensión. Qué emoción. ¿Quién elegiría a quién? ¿Cómo disimular?
Alejandro me extendió la mano, me hizo ojitos, movió la cabeza, pero además dijo con su voz gruesa: “¿querés bailar? Y me sacó a bailar un lento. Éramos cuatro parejas en la pista, eso comprueba la imagen. Me tomó de la cintura y yo puse mis brazos alrededor de su cuello, sobre sus hombros y sé que por momentos apoyé mi rostro cerca suyo. Podía oler la manzanilla para su pelo rubio, siempre olía rico. Y eso me encantaba.
Rosario Sabarrena
Que bueno es comprobar que los hijos recuerdan esos preparativos hechos con tanto amor para sus cumpleaños...el deseo de que festejen ,jueguen.....y parece, no más, que se logró!
ResponderBorrarClaro que se logró y hay mucho más para seguir recordando. 🌺
BorrarHola hermosa, me encantó, tu relato me hizo viajar al tiemppño con cada detalle y descripcion, y ese recuerdo del " primer amor". Ademas esos si que eran cumpleaños como bien decís vos, a todo pulmón. Emocionante!
ResponderBorrarAhh fui yo, agos jej
BorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
BorrarGracias por tus palabras y por viajar al recuerdo del primer amor. Abrazo gigante. 🧚
BorrarRe linda historia Ro, me encantó!
ResponderBorrarMuchas gracias! 🌺
BorrarEsta historia me hizo recordar al chico con el que me di mi primer beso en mi cumple, no sé si de 10 u 9. Pero era mi mejor amigo con el que nos veíamos todos los días, vivía a media cuadra de mi casa, cumplía cerca de mi misma fecha, andábamos en bicicleta por todos lados (hasta teníamos el mismo modelo pero diferente color). Qué nostalgia! ♥️ Hermoso texto al igual que los demás que subiste 🙌
ResponderBorrarNo sé si aparece mi nombre jaja soy Vaneeee anteojito ♥️
BorrarVanesa de mi alma. Qué lindo que hayas podido viajar a través de mí texto hacía el encuentro con aquel chico que te beso, que fue tu amigo, uuff. Qué linda nostalgia. Te mando besos. 🥰🤗🌺
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